El Buen oficio y sus límites
"Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente".
¿Qué es periodismo? : Es lo que intermedia entre la realidad y el lector.
¿Para qué le sirve a éste? Para saber qué ocurre, para tomar decisiones, para seguir atento, para votar con conocimiento de causa, para seguir viviendo, para saber qué se piensa de la película, de los libros, de la música que quiere ver, leer o escuchar... Es un examen global de la realidad siempre que ésta resulte interesante. En primer lugar, que interese al periodista. El periodista es el testigo que el público envía a la vida. Es un enviado especial en la vida. Ahí, en la vida, toma notas y las traslada al papel, a la radio, a los informativos de televisión, a las páginas web, a Twitter, a las distintas redes sociales... Un enviado especial a la realidad. Eso es el periodista.
El periodismo es, en definitiva, la consecuencia de lo que hacen los periodistas. Por tanto, si el periodista es un testigo tan humilde que únicamente está ahí para dar testimonio de lo que ocurre, el periodismo es un elemento primordial del servicio público, y es un servicio humilde aunque algunos periodistas se consideren más primordiales que la realidad. La realidad es lo que importa; el periodista es un vicario de la realidad. Y la cuenta para saciar una muy concreta apetencia: la del lector, que quiere saberlo todo, incluso lo que el periodista cree que no tiene importancia. En la gestión de los detalles (la intuición del lector) está la calidad del periodista.
1. La primera obligación del periodismo es la verdad.
2. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
3. Su esencia es la disciplina de la verificación.
4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
5. Debe ejercer un control independiente del poder.
6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
7. Debe esforzarse por que el significante sea sugerente y relevante.
8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
9. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales.
Quienes desarrollan o practican este oficio son seres humanos, naturalmente; sujetos, como tal, a presiones, humores, etcétera. Como los abogados en su oficio o los médicos en el suyo, la vida pasa por ellos, con sus tormentas emocionales, con sus altibajos y también con sus etapas de bonanza, pero frente a toda contingencia han de mantener el pulso firme para defender o para curar. El periodista, atacado por las mismas adversidades o emociones, ha de mantener siempre el equilibrio ante las presiones externas o ante la expresión de sus propios conflictos, porque ha de narrar la realidad sin quebrarla en función de su humor o de sus intereses.
Pero el periodista es un ser humano, no está alejado, por tanto, de fenómenos sentimentales o personales como la vanidad, el egocentrismo, el lugar común, la parcialidad, etcétera; el periódico (el medio de comunicación en general) es el gran crisol en el que esos defectos posibles tienen que discernirse para que el producto que reciba el lector (el consumidor de medios) cumpla esos nueve puntos y los puntos que ahí faltan: la imparcialidad o la objetividad, por ejemplo. Los periódicos se han dotado en las últimas décadas, además de los mecanismos de control del trabajo periodístico ya habituales, que van desde la dirección al redactor jefe y al corrector de estilo, de figuras como los ombudsmen, que actúan como la conciencia del lector o, en definitiva, la conciencia de lo que es esencial en periodismo: el respeto a los hechos, que no han de ser tergiversados en ningún momento de la elaboración de las noticias, por lo cual el periodista ha de sentirse vigilado y ha de actuar como si ésa fuera la vigilancia de la conciencia del periodismo.
Pero el periodista es un ser humano, no está alejado, por tanto, de fenómenos sentimentales o personales como la vanidad, el egocentrismo, el lugar común, la parcialidad, etcétera; el periódico (el medio de comunicación en general) es el gran crisol en el que esos defectos posibles tienen que discernirse para que el producto que reciba el lector (el consumidor de medios) cumpla esos nueve puntos y los puntos que ahí faltan: la imparcialidad o la objetividad, por ejemplo. Los periódicos se han dotado en las últimas décadas, además de los mecanismos de control del trabajo periodístico ya habituales, que van desde la dirección al redactor jefe y al corrector de estilo, de figuras como los ombudsmen, que actúan como la conciencia del lector o, en definitiva, la conciencia de lo que es esencial en periodismo: el respeto a los hechos, que no han de ser tergiversados en ningún momento de la elaboración de las noticias, por lo cual el periodista ha de sentirse vigilado y ha de actuar como si ésa fuera la vigilancia de la conciencia del periodismo.
QUIÉN
PUEDE SER PERIODISTA
¿Periodista lo puede ser cualquiera? Sí, con la condición
de que sea periodista.
Se suele decir, y es mentira, que el oficio de
periodista se puede desempeñar con escasos materiales. Basta con que sepas
escribir, se dice. No es cierto. Hay grandes escritores que jamás serían buenos
periodistas. ¿Por qué? Porque no tienen un verdadero interés por saber todo lo que hay alrededor de una
noticia. Les interesa el hecho, acaso, la emoción que éste suscita, la
narración misma del acontecimiento, luctuoso o festivo, y lo narran. El
periodista tiene una obligación suplementaria, que el escritor puede obviar. El
periodista ha de saber por qué ocurrió, a quién le ocurrió, cómo ocurrió,
cuándo pasó, qué consecuencias tuvo esto que está describiendo, cómo lo
cuentan quienes lo vivieron, qué hubo antes y después en el lugar o en el
protagonista o en los protagonistas... Al escritor le basta saber qué ocurrió,
y a partir de ahí puede poner a funcionar su imaginación y los otros recursos
(la metáfora, la suposición, el monólogo interior...) e instrumentos que adornan
la libérrima esencia de su oficio.
El periodista, sin embargo, está en otra
situación mucho más comprometida y socialmente mucho más responsable. El
escritor puede adoptar un punto de vista, y éste puede ser legítimo, e incluso
muy legítimo; se sitúa como quiere ante el suceso, lo describe con libertad, lo
convierte en una materia de ficción, en una metáfora, y siempre ese punto de
vista será del todo irreprochable, independientemente de criterios estéticos o
formales. Mientras que el periodista ha de ponerse en el lugar del lector: al
periodista se le pide imparcialidad, datos, para que el lector se haga la
composición de lugar que lo conduzca a obtener su propio juicio. Se cuenta que
cuando a Ernest Hemingway lo mandó su periódico a la guerra civil española el
redactor jefe le dijo: «¡Mándeme verbos!». Quería acción. El periódico ya
pondría los adjetivos.
El periodista, viene a significar esta anécdota, ha de huir de los adjetivos. Porque el lector no los soporta: ya los pondrá él. El lector necesita los hechos: cuanto más en los huesos esté una noticia, cuanto menos adjetivos tenga, más suculenta será para el lector si contiene hechos. ¿Y un comentario, una opinión? Cuanto más basada en hechos, más interesante; cuanto menos se aleje de lo que ocurre, más sugerente será para el lector.
El periodista, viene a significar esta anécdota, ha de huir de los adjetivos. Porque el lector no los soporta: ya los pondrá él. El lector necesita los hechos: cuanto más en los huesos esté una noticia, cuanto menos adjetivos tenga, más suculenta será para el lector si contiene hechos. ¿Y un comentario, una opinión? Cuanto más basada en hechos, más interesante; cuanto menos se aleje de lo que ocurre, más sugerente será para el lector.
Así que el periodista no es un escritor,
aunque sus materiales sean en gran medida los de un escritor. Es un testigo
obligado por su oficio a dar testimonio de lo que ve con la misma actitud con
que el gran poeta José Hierro contó aquel funeral que narra en su célebre poema
«Réquiem»: sin vuelo en el verso, sencillamente. Azorín lo decía: hay que ir
«derechamente» a las cosas; el periodista ha de ser sencillo y veraz; es más,
cuanta más sencillez emplee, más veracidad desprenderán sus historias.
Esa definición que he glosado en esta introducción,
«periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente», se la
escuché a Eugenio Scalfari, primer director del diario italiano La Repubblica,
hace
ahora veinte años. El entonces ya veterano periodista hablaba ante los
cuarenta alumnos de una promoción del Máster de Periodismo de El País y
la Universidad Autónoma de Madrid. Los alumnos, los profesores y los
periodistas asistíamos a esa sesión en la que el periodista más polémico de
Italia después de Indro Montanelli desplegaba con enorme sabiduría los
materiales de su larga experiencia. Cuando llegó a esa frase yo sentí que
hablaba de mí, de mi experiencia, de mis deseos muy tempranos de practicar este
oficio. Porque lo que yo quería con viveza desde mi adolescencia era
precisamente decir a la gente lo que pasaba. Él lo dijo, evidentemente, de una
manera sencilla y clara, como corresponde a un director de su eficacia y de su
profundidad. Pero estaba resumiendo un oficio, estaba metiendo en un puño
millones de palabras que hubieran significado lo mismo.
Entonces le pregunté al maestro cuál es esta crueldad. Y me respondió, pausadamente, juntando sus dedos de músico: «En cierta manera, nos atrae el hecho de tener que ver a los personajes de la actualidad, de los que hemos de ocuparnos, al desnudo, intentando saber cómo son más allá de la apariencia. Y esto es cruel porque a la gente no le gusta que la desnuden y que la describan en su desnudez, en su realidad, la que nos parece a nosotros, que no quiere decir que sea la verdadera realidad. Por tanto, hay algo de crueldad en esto que ha llegado a crear un proverbio sobre lo que es una noticia».
Narrar, y el límite de lo que se narra. Me interesa mucho decir qué pienso de esta coincidencia, que dos veteranos, como Jean Daniel y Eugenio Scalfari, dos maestros, se hallen preocupados en paralelo por el poder que el periodista tiene para inmiscuirse en lo que no le importa a la gente, aunque le excite. Significa que el periodismo (con el amparo también de las nuevas tecnologías) está entrando en aguas turbulentas que desnaturalizan esa raíz del oficio que tan bellamente describía Scalfari: periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.
Me hablaba de los límites del periodismo a partir de su reflexión acerca de la relación del periodista con el poder. «El poder fascina», me dijo. «Fascina a los periodistas muy a menudo porque si tienen el gusto por la literatura quieren saber cómo se hace la historia... La historia: los pueblos la sufren, los dictadores (o los poderosos) la hacen y los periodistas la contemplan para describirla». ¿Y qué pasa, qué hacemos ante el poder? «Los periodistas están entre el poder y la historia.
Y han de saber cómo funciona el poder con la condición de que la fascinación no caiga en la complacencia, la indulgencia y la corrupción... Con esas condiciones es muy interesante ver cómo funciona un hombre que detenta todos los poderes. En este momento hay que desconfiar de todo, hasta del más mínimo detalle».
Somos periodistas para contar lo que pasa. Será mejor
periodista el que lo cuenta mejor. Da igual dónde, si es en una página web, en
un blog, en un periódico de papel, en la radio, en la televisión o en un
panfleto colgado en la pared de la universidad. Lo importante es narrarlo.
Lindo haberlo vivido para poderlo contar, decía el cantante argentino Jorge
Cafrune. Lindo o triste, apasionante o decepcionante: lo importante es saberlo
contar. Honesta, directamente, «sin vuelo en el verso».
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